Invierno

20 08 2010

Es invierno y a la ciudad se entra por una puerta diminuta a un costado de la ruta.

Es invierno y es difícil por lo tanto entrar en la ciudad: es invierno. Pero si al fin la puerta se abre (hay que empujar), del otro lado, súbito, te encontrás con cierto aire de asfixia.

Es invierno y la ciudad está cerrada, plegada sobre sí, afrazada sobre sí. Si caminás unos metros desde la diminuta entrada hacia el centro, es decir, buscando el centro, te encontrás con una serie de monoblocks cubiertos de una neblina cálida producida por dos turbinas gigantes. Los monoblocks dan a un callejón arropado, de tan tibio caliente, que casi nadie transita.

Es invierno y las mantas que cubren las plazas, los mitones que protegen los semáforos y los sobretodos de los teléfonos públicos espesan el paso.

Es invierno y no podés pasar, es decir, llegar hasta la mano del tipo que apenas unos metros más allá te ofrece el jugo feliz de una fruta extemporánea, discordante y ácida que promete o proviene de un verano imposible de imaginar.


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